Prisioneros.
Y ahí estaban ellos, en aquel cajón encima de aquel estante. Guardados y custodiados bajo llave, para que nadie osara encontrarlos ni robarlos. Pero ellos tenían un poder tan fuerte que a veces incluso podían salir al mundo exterior. Aunque siempre estaba yo ahí, cogiéndolos uno a uno para esconderlos con el fin de que ninguno fuera descubierto a ningún ser humano. Tantas veces los había escondido al tener visita, tantas veces los había aislado del mundo, que al final ninguno quería salir de ese zulo en el que se encontraban. Pues con el tiempo acabaron padeciendo el síndrome de Estocolmo , y se acostumbraron a estar en aquel lugar frío y oscuro, se perdieron en las tinieblas, en los suspiros, en las mentiras o tal vez en la hipocresía, nunca se supo a donde se fueron, sólo que habían desaparecido. Y cuando yo me dispuse a sacarlos de ahí, fue demasiado tarde. Los sentimientos ya no se encontraban en mi corazón, sino que pasaron a ser prisioneros de un alma tenebrosa tal vez creada por la crueldad de la sociedad.
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